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El contexto geográfico de la agroindustria Cusi: la indómita Tierra Caliente de Michoacán

 

La ex hacienda Cusi más importante del latifundio que poseía esa familia, se ubica en la localidad de Nueva Italia, actual municipio de Múgica, Michoacán. Las coordenadas geográficas de la propiedad son: +19° 1' 33.28" de latitud y -102° 5' 36.06" de longitud. Como referencia geográfica, se sitúa 60 kilómetros al sur de la ciudad de Uruapan, el centro urbano más grande de la región; y a 20 km, también hacia el sur, de la ex hacienda de Lombardía localizada en el hoy municipio de Gabriel Zamora. 30 km al oeste de Nueva Italia, se encuentra Apatzingán otra población de importancia en la Tierra Caliente; en línea recta, 30 km hacia el noroeste, encontramos el pueblo de Parácuaro, importante punto para el arranque de los negocios de los Cusi en Michoacán.

 

El territorio donde se localizan las poblaciones de Lombardía y Nueva Italia, otrora sede del latifundio Cusi, se encuentra en el suroeste del estado de Michoacán, en una región conocida como Tierra Caliente, un gran valle en la zona geográfica llamada Depresión del Tepalcatepec, misma que fisiográficamente se encuentra entre la unión de las cadenas montañosas del Eje Neovolcánico y la Sierra Madre del Sur (Pureco Ornelas, 2010, p.29). El espacio en cuestión:

 

…es un valle rojo  […] mide 120 kilómetros de longitud y 50 de anchura, es decir, 6 000 kilómetros cuadrado que hoy se reparten entre ocho municipios: Apatzingán, Buenavista, Churumuco, Francisco Múgica, Gabriel Zamora, Huacana, Parácuaro y Tepalcatepec […] no cae dentro de la franja comprendida entre el trópico de Cáncer y los sesenta grados de latitud norte […] es un país tropical, un medio de mala reputación […] Es una planicie hundida entre laberintos de cimas y simas…  (González y González, 2001, pp. 17-18).

 

La altura de esta zona  fluctúa entre 300 y 600 metros sobre el nivel del mar (concretamente, Nueva Italia se ubica a 420 msnm y Lombardía a 640), y es una gran hoya circundada hacia el Norte por los sistemas montañosos derivados del pico de Tancítaro; hacia el Sur, las serranías de Coalcomán, Aguililla y Arteaga; el límite Oeste es señalado por la Sierra del Tigre y el Río del Oro; y finalmente, por Ario de Rosales hacia el Este (Aguirre Beltrán, 1952, p. 151; Glantz, 1974, p. 37): “...es la región conocida como Plan de Tierra Caliente pues su regularidad es interrumpida solamente por cerros y conos volcánicos de poca altura” (Glantz, 1974, p. 37).

 

Haciendo honor a su nombre, el clima en la Tierra Caliente alcanza temperaturas de hasta 42oC. Durante el mes de enero, que es en el que se reportan las temperaturas más bajas, tiene una media de 25 oC; mientras que el mes más cálido, mayo, mantiene un promedio de 32 oC. “Todo el año es casi lo mismo. No hay invierno fuera del breve y módico de cada noche; no hay verano aparte del intensísimo de cada día” Gonzalez y González, 2001, p. 19. Llueve, pero no lo suficiente para refrescar el ardiente clima que prevalece durante con escasas variaciones durante todo el año. La temporada de lluvias dura entre 80 y 150 días y el resto del año es de secas; por lo general, las precipitaciones pluviales ocurren en el período de junio a octubre. Es el mes de agosto el que recibe la mayor cantidad de lluvia, sobre todo en Nueva Italia y Apatzingán, localidades situadas en la parte central del Plan de Tierra Caliente. Incluso la lluvia presenta sus peculiaridades en esta zona: “en forma de violentos chubascos acompañados por vientos fuertes y descargas eléctricas […] no duran  arriba de una o dos horas […] Se presentan siempre en las horas de la noche  (Aguirre Beltrán, 1952, pp. 34-35).

 

Es fácil imaginar que el clima árido representó el principal obstáculo para el desarrollo de esta zona, que no en vano lleva el nombre de Tierra Caliente y que desde tiempos virreinales creó una fama de inhóspita e inhabitable. Aunque al principio de la época colonial, la región despertó algún interés entre los españoles que buscaban oro y metales valiosos, hacia 1536 las minas y la región fueron prácticamente abandonadas a consecuencia del clima extremo y la complicada topografía del lugar (Espejel Carbajal, p. 47), o como se explicaba en la Relación de Tancítaro: “No es tierra habitable para españoles” (citado en Barrett, 1975, p. 65).

 

Algunas fuentes escritas nos aportan datos sobre la percepción negativa que respecto de esta región ha prevalecido a lo largo de los siglos. En el año de 1538, cuando Fray Juan Bautista Moya se adentró en Tierra Caliente, sobre ésta “… se tenían noticias, como de una región ardiendo en llamas de fuego, con multitud de plagas e infestada de animales molestos y dañinos de toda especie…” (Navarrete, 1938, p.11). Un siglo después, en 1644, Fray Diego de Basalenque (1989) describe la Tierra Caliente en términos poco halagüeños: “…la tierra es la peor que tiene la Nueva España, por ser doblada, muy caliente, llena de mosquitos y malas sabandijas…” (p.35).

 

Una impresión más reciente sobre el territorio que nos ocupa, data de la segunda mitad del siglo XIX y nos la ofrece Vicente Riva Palacio (2000) en un pasaje de la novela Calvario y Tabor (publicada en 1868) donde describe la región como: “…llanuras inmensas, tristes, formando un horizonte como el de los mares: ni un árbol que dibuje su sombra sobre el suelo abrasado, ni un arroyo, ni un venero, nada, nada” (p.201), un poco más adelante el autor cuenta “…un hombre o un animal morirían de sed antes que llegar a encontrar el agua o salir de aquel llano” (p.202).

 

El propio Ezio Cusi (1955) también plasma en sus memorias  su primera impresión sobre la zona, a la que llegó en compañía de sus padres y hermanos en el año de 1885, “…tierra desconocida para nosotros, feraz, hermosa, pero de una hermosura salvaje, con un clima sumamente caluroso que oprimía […] como quien dice en el centro de África, en la antesala del infierno” (pp.16-17), percepción que guarda gran similitud con la imagen difundida desde época virreinal.

 

La hostilidad del clima y de las condiciones físicas de la región se entiende, en parte, por su composición geológica y edafológica, de la cual González y González (2001), explica:

Fue obra del cretácico. Tuvo una fase eruptiva que cubrió la llanura de conos y de lava […]  un período diluvial que la convirtió en un extenso lago interior […]  una fase de vejigas volcánicas, de pequeños conos ardientes de basalto de olivino o de araphaita. Otra vez, por esfuerzos orogénicos, se hizo de crestas con formas caprichosas y fantasmales (p.19).

 

Aunque en algunos lugares del Plan de Tierra Caliente las labores de cultivo se complican porque los suelos son muy pedregosos y “En Nueva Italia y en algunos lugares de la Tierra Caliente la roca arenisca descubierta por la erosión hace aparecer calles y patios como cubiertos por cemento” (Aguirre Beltrán, 1952, p.27). En este territorio existen capas de distintas profundidades: en laderas y tierras inclinadas como las que predominan en Nueva Italia, se cuenta con una capa arable de entre 50 y 75 centímetros; mientras que en los valles y mesetas la capa sobrepasa los 80 centímetros (Glantz, 1974, p.38). Predomina en estos lugares el vertisol, un tipo de suelo con un gran contenido de arcilla expansiva, abundante en material sedimentario y que es especialmente favorable al cultivo del arroz  y otros cereales (INEGI, 2009, p.2). Esto coincide con la afirmación encontrada en Aguirre Beltrán (1952, p. 27)  y Glantz (1974) respecto a que el suelo en el territorio ocupado por los Cusi poseía un manto rico en tupuri[1], y por lo tanto, el proyecto agrícola de los italianos contaba con un el sustrato adecuado para llevarse a cabo.

 

Otro elemento importante en la composición territorial de esta región son las fuentes hídricas, factor indispensable en las labores agrícolas, especialmente en el caso del arroz que es uno de los cultivos que más agua requieren. Las haciendas de Lombardía y Nueva Italia con sus respectivos campos de labor, se asentaron en una zona donde hay líquido en relativa abundancia ya que recibe el agua que escurre de las partes altas, especialmente del pico de Tancítaro, y se encuentra rodeada por caudalosos ríos. El torrente principal de la región es el río Tepalcatepec que corre por la región de noroeste a sureste y termina su curso uniéndose al Balsas  (Glantz, 1974, p. 42-43). El principal afluente del también llamado “río Grande” es el Cupatitzio que nace en la ciudad de Uruapan en la barranca conocida como Rodilla del Diablo: “…se le dice ‘río que canta’ porque alza la voz en una tupida serie de saltos […] a fuerza de cascadas desciende más de mil metros a través de una barranca honda erizada de gruesas, erizadas y resbaladizas piedras.…” (González y González, 2001, p. 20).

 

Unos treinta kilómetros al sur de Uruapan, el Cupatizio recibe el nombre de Río del Marques. Muy cerca de la actual Nueva Italia este río se une con el Parota-Cajones que baja desde la Sierra Purhépecha y ese cauce va a dar al Balsas. (Pureco, 2010, p.33). Según los datos presentados por Aguirre Beltrán en 1952 el rendimiento del río del Marqués era un mínimo de 17 metros cúbicos por segundo (p. 39). Es importante señalar que a pesar de su gran potencial, el río en cuestión corre por un profundo y estrecho cañón, razón por la cual, hasta antes de las obras emprendidas por los Cusi, no era posible domesticarlo para el riego de cultivos.

 

 

 

 

 

 

 

[1] Tipo de magma arenosa, calificada como la tierra de humedad más productiva de la cuenca de la meseta tarasca. Glantz, 1974, p.38.

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